miércoles, 7 de febrero de 2018

El arte de decir adios al proletariado


En la serie  Philip K. Dick's Electric Dreams, en su capítulo llamado Autofac, la fábrica es el enemigo y no los patrones. Ya no hay obreros, solo drones y sistemas automatizados de producción. La fábrica produce y produce aunque el mundo colapsa, aunque las guerras hayan extinguido a miles de millones de consumidores. Simplemente no puede dejar de fabricar porque fue diseñada para no hacerlo. Se fabrica, se contamina, se condiciona el futuro, todo sea por continuar con la civilización que le dio vida a la fábrica y a sus tecnologías e inteligencia artificial, la cual dirige la batuta. En el capítulo de la serie, la lógica desarrollista llegó hasta las últimas consecuencias y se llevó por delante toda humanidad, casi sin dejar rastros. Distopía si las hay. El mundo quería progreso, y progreso tuvo, pero un progreso que terminó ahogando al humano entre sus inventos y lujos.

Si lo comparamos con  el plano de la realidad, los obreros del mundo siguen al pie de la letra los mismos algoritmos que aquellos drones y robots de la serie, siguen poniendo la fábrica en funcionamiento sin preguntarse hacia dónde vamos. Convencidos de que no hay otra cosa cosa que hacer  por el momento, más que mejorar las condiciones laborales, el proletariado es un robot del capital, que no se cuestiona que su tarea le permite a la fábrica (aquí sí todavía hay patrones) gastar los pocos recursos que le quedan a la tierra, así como colaborar en contaminar de modo siniestro el medio ambiente.  Andre Gorz había anticipado un "adiós al proletariado", desde una visión marxista. En ella afirmaba que las contradicciones insalvables del capitalismo solo se superarían luchando por el derecho a la autoproducción, como derecho fundamental de las comunidades de base de producir ellas mismas una parte al menos de los bienes y servicios que consume, sin tener para ello que vender su trabajo a los detentadores de los medios de producción ni tener que comprar bienes y servicios a terceros. La lucha sería contra el valor de cambio, por la reivindicación del valor de uso del tiempo. Sin embargo,  el sindicalismo tradicional no está por la abolición del trabajo, está para defenderlo. Y más si los que la agitan son los pocos profesionales (lo que más ganan entre los trabajadores) o simplemente los que lograron obtener uno en una sociedad del desempleo. A esto hay que sumarle que estos trabajadores no profesionales son reducidos por la automatización a complementos de la mercancía que ni siquiera se identifican con el trabajo y, por lo tanto, con la clase obrera,  Ahí radica una de las contradicciones más sutiles de cómo el marxismo tradicional encara la coyuntura actual de la crisis terminal del capitalismo, que trae en la cola emponzoñada un colapso descomunal de la civilización. ¿Cómo vamos a luchar por el socialismo teniendo como punta de lanza solo mantener los puestos de trabajo, cuando son esos mismos puestos de trabajo el problema central de la degradación ambiental y psicológica de los humanos?

En la serie, los restos de humanidad que sobrevivieron entendieron que la fábrica debía destruirse, eran esos restos o la fábrica. Con el nivel de derroche, contaminación, depredación y alienación que hoy produce la fábrica moderna en la realidad,  la vanguardia obrera está  un paso atrás de aquellos personajes de ficción ideados por Philip Dick; si pensamos que las fábricas solo hay que expropiarlas, cuando en realidad hay que destruirlas en su mayoría por los daños que traen consigo y que amenazan con extinguirnos, es que no hemos entendido nada del momento peligroso en que transitamos o porque subestimamos el problema. Pero como poco y nada se está haciendo para idear un mundo sin fábricas, donde el militante y activista, que dicen ser los más conscientes de la clase obrera, reducen sus papeles a levantar consignas del siglo XX, donde los daños a los ecosistemas, la escasez de agua y recursos no estaban ni en las charlas de café, ¿qué podemos esperar? Los jinetes del marxismo optimista creen sin embargo que las catástrofes que le anticipa la ciencia  solo se dan en las películas por el momento; los marxistas menos fanatizados, por nuestra parte, creemos que los Philip Dick tienen más argumentos y mejores estrategias para intentar comprender por qué vamos a caer en un embudo y qué es lo mejor que podemos hacer si es que queremos tener alguna oportunidad. Así como Pirandello pensó que habían personajes de ficción que buscaban un autor que representara su historia en una obra, creo también que estos personajes de Dick nos están  buscando para ser representados en nuestra obra -espero  que no sea póstuma.